
Pensamientos sobre Montearroyo Sobre el deseo colectivo de tiempo atrás, Montearroyo surgió en noviembre de 1998 como un proyecto familiar que nos cohesionaría aún más, con unos participantes directos funcionales y el entusiasmo de la Gran Familia de entonces, idea romántica alejada de leguleyismos, tamaño de los derechos e índices de copropiedad.
Únicamente se trataba de establecer nuestro paraíso terrenal allí, en un rincón del municipio de Guarne y un extremo de la vereda Mejía.
Pensábamos que sería un punto de confluencia, de cálidos encuentros filiales, compartiendo mundos; que sería algo que dotaríamos mutuamente con un cariño concertado. Que sería el lugar donde cada uno sembraríamos el árbol, acción que sigue a tener un hijo o a escribir un libro.

Pero en un tiempo relativamente corto cambiaron las visiones de casi todos, y la carpa gigante de material que erigimos, empezó a quedar vacía ante la pérdida de interés de la gran masa, cada vez reducida y amorfa.

Hoy creo que aún entre "los tres socios" que persistimos, Blandones y Restrepo, cuando nos referimos a Montearroyo, entendemos cosas distintas. ¿Se podrá hablar de finca? ¿De la herencia para los nietos? ¿De un lugar para un día de sol dominical?
De mi parte, al no ser ya el proyecto masivo familiar de entonces y la consecuente subutilización del sueño, con el paso del tiempo lo he asimilado como una extensión de mi hogar, en donde ocurre lo cotidiano sin ninguna ruptura entre el tránsito de nuestra vivienda urbana a allí. Ese pedazo de tierra, para que se conecte con mi universo, inconscientemente lo he relacionado con el vecindario que me reconoce e identifica como parte del lugar.

Esto incluye a don Arnulfo, al señor Javier Ospina, a Batuel el ventanero, Rudolfo, doña Marta de Evans, a don Gilberto y su familia, a Maria Eugenia de la casa Los Tíos, a la bruja del lote de al lado y a tantos otros aledaños.

Además creo tener aceptación entre los vecinos inmediatos, los cuales son: las mirlas que anidan en la palma del costado derecho de la casa, los gorriones de entre los curazaos del "deck", los siriríes que cagan la punta del techo de la casa, el carriquí de al lado de la fogata, los barranqueros del yarumo del frente y la colibrí que siempre empolla sus huevitos debajo de la matera colgante por fuera del muro de la cocina.

Los otros moradores conocidos, tres gurres que ya deben ser adultos, una musaraña, un búho que cabe en la palma de la mano, infinidad de guacharacas, tucanetas, garrapateros y los peces del estanque, viven a gusto allí porque saben que nuestra convivencia es de respeto y admiración por siempre. Falta el concepto de las incipientes plantas "cultas" porque las del monte y el rastrojo, deben vivir a gusto.
Me encanta adentrarme entre el monte, escuchar el susurro entrecortado del viento y extasiarme cual Derzu Uzala con la hojarasca y el entramado denso de las ramas y las hojas.

Entiendo a Montearroyo además como conexión con el cosmos. Desde allí he contemplado estrellas, noches de luna llena, a la misma vía láctea. También me he asombrado con tormentas eléctricas, noches oscuras, granizadas y bellos atardeceres.
Amo acostarme a soñar en mi cama, despertarme en la noche y sentir el silencio apabullante hasta dormirme nuevamente.
CVV

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